Sabemos que el concepto de desarrollo es polémico, polisémico y dinámico;
que existe una gran controversia respecto de su comprensión y significado; dada
su complejidad, el desarrollo no puede ser definido de manera universalmente
satisfactoria; se señala el multiuso y abuso de este concepto. Como cualquier
otro concepto, el desarrollo es una construcción social e histórica. Mediante
el concepto de “desarrollo” se ha querido decir, a lo largo del tiempo,
distintas cosas. Como lo expresan Monreal y Gimeno (1999), “el desarrollo es un
producto de la imaginación de unos y otros, una imaginación que siempre es
resultado de una historia social, cultural y material. Considerar el desarrollo
como una construcción social e histórica es reconocer que es un producto contingente
y, por lo tanto, puede ser modificado”.
En esta misma línea Gilbert Rist (2002) también mira el desarrollo como
“una construcción de quien lo observa”. Las representaciones que se asocian con
él y las prácticas que implica varían radicalmente según se adopte el punto de
vista del “desarrollador”, comprometido en hacer llegar la felicidad a los
demás, o el del “desarrollado”, obligado a modificar sus relaciones, sociales y
con la naturaleza, para entrar en el mundo nuevo que se le promete.
Daniel García
Delgado (2006) expresa que la ausencia de una estrategia de desarrollo es el resultado
de un largo proceso en el que se produjo un viraje discursivo, en consonancia
con el ascenso de la ideología neoliberal y la matriz teórica de la economía
neoclásica. En palabras de Dos Santos (citado en García, 2006), “el debate
sobre el desarrollo vuelve a ocupar una posición central en las ciencias
sociales y en la política latinoamericana. Se ubica en el cuadro de una
oposición entre las políticas de desarrollo y el dominio del capital financiero
asentado en una
ortodoxia monetarista bastante discutible por los efectos negativos que han
producido en la región”.
En este sentido
–agrega García-, a 30 años de la irrupción del neoliberalismo, el retorno del
debate en torno al desarrollo se da en un escenario profundamente transformado.
Descorrer el telón implica hallar nuevas urgencias y nuevos desafíos. Así, hoy
el desarrollo implica el replanteo del rol del Estado, tras la experiencia
minimalista de los 90, supone encarar la reconstrucción del Estado; atenta al hecho
de que ya no se espera que el Estado lo haga todo pero, a la vez, la
consideración de actores económicos globales con una gravitación inédita y la
identificación de una sociedad civil transformada en su estructura y poblada de
nuevos actores, identidades y demandas.
La
incorporación de la perspectiva y demanda ética da cuenta del hecho que el
desarrollo ha comenzado a pensarse en su integralidad, incorporando múltiples
dimensiones que hacen del debate actual un espacio de riquezas mucho mayores
que las ofrecidas por el fundamentalismo del mercado o la totalización
económica del neoliberalismo. Esto da cuenta de la necesidad de integrar
dimensiones político-institucionales, societarias, ambientales y
ético-culturales.
Por los motivos
anteriormente expuestos es preciso reconocer que el desarrollo es un proceso
que debe ser construido en perspectiva humana, buscando el cumplimiento de dos
propósitos centrales:
- Primera finalidad del desarrollo: Libertad de oportunidades en el desarrollo de capacidades humanas individuales y colectivas.
- Segunda finalidad del desarrollo: cubrimiento de necesidades humanas fundamentales.
Es ver el
“desarrollo como libertad” (Sen). Expresa Latouche (2007:23) que el problema
con el concepto de desarrollo es que se trata de una palabra “plástica” ...que
ya no significa nada más que lo que quiere decir el usuario individual que la
emplea.
Elaborado con base en los capítulos I y II del libro: CARVAJAL BURBANO,
Arizaldo (2009). Desarrollo y postdesarrollo: Modelos y alternativas. Cali, Escuela de
Trabajo Social y Desarrollo Humano-Universidad del Valle. Disponible en Recursos Bibliográficos
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